Un
día no muy lejano, juntos, fuimos como la luz de un lucero, otorgando destellos
a añejas historias de miradas incrédulas. ¿Recuerdas?... Bastaba con mirarnos,
después cerrar los ojos y en un segundo único e irrepetible, dábamos una vuelta
al universo.
Y
si deseábamos ser cascada, nos convertíamos en abundante agua, pura y nítida,
como aquella maravillosa que hace florecer el desierto, una sola vez, en el
calendario de un siglo.
Luego
de fundirnos uno en el otro y comprender que eternamente seríamos infinito, nos
emocionábamos hasta las lágrimas y nos elevábamos en un vuelo mágico. Juntos, íbamos
a tocar las estrellas, para decirles nuestros secretos y los más dulces e insólitos
anhelos.
Al
oscurecer, nos abrazábamos para descansar, formando la noche más bella, en la
que silenciosas y desnudas, danzaban filas de brisas cálidas, junto a un trozo
de mar sólo nuestro. Era tan bello, entre sueños, escuchar las pequeñas olas al
llegar a la arena.
Y
cuando fuimos lo que fuimos, sin ser eruditos, creamos un verso, que quedó
perpetuo sobre las planicies de una gran luna malva. Ella a veces llora en mi
ventana, y yo… le estiro mi mano temblorosa y lloro con ella.
¿Quién
diría que hoy somos lo que somos y estamos donde estamos? Dos independientes…
que no pudieron sostener aquel inmenso regalo. Y nos transformamos en seres
solitarios, amargos, fríos, tristes, indolentes. No sé cómo aún no nos hemos
muerto, si estamos lentamente sangrando por dentro, con el alma mutilada.
Culpables
somos dos y muchos otros acoplados. Es el espacio vacío de los objetos hermosamente
mentirosos. Es creer que todo se puede sumar o restar, aniquilar o esconder. Es
no entender que nuestra principal fuente de vida, son los sentimientos. Es abandonar
las emociones. Es no tocar y acariciar el centro del corazón. Es ceguera, es
egoísmo, es materialidad, es orgullo, es intolerancia y rudeza innecesarias. Son
las mismas plagas que están lentamente carcomiendo a la humanidad. Siento con
impotencia, que lo bello e importante de la vida, literalmente, se cae a
pedazos.
Y
me pregunto… ¿qué nos sucede?. A ti, a mí, a tantos. A veces tengo miedo de
esta frivolidad de la que somos capaces cuando algo no nos calza, cuando algo
no nos acomoda perfectamente, cuando alguien, así amemos y nos ame, no lo sabemos
escuchar, entender, ni menos ayudar, cuando el ego se apodera y devora nuestra
sensibilidad.
Somos
viles cómplices y a la vez, tontas víctimas de una gran escasez de verdad. Necios
ignorantes de lo más importante: el amor y el alma. Y yo... no sé qué hacer.
Sigo respirando, sigo la inercia de la sobrevivencia, sigo, sigo, sigo,
esperando la bendición de un milagro.
P-Car