A la suma de
muchos inviernos los sueños disminuyen y, como cadenas en los hombros, aumentan
las decepciones, encorvando los tallos de las flores y también, la resistencia
del cuerpo.
Los ojos observan
muy concentrados, previniendo que los pies no tropiecen -ni la intuición
tampoco- en un camino cada día menos amplio, objeto de una mirada cada vez más
triste.
Hay horas en que la desconfianza y el rechazo gritan, donde por ratos también el miedo se encarama
por todo lo que pueda suceder -y el hielo pueda trocear- en el próximo siglo del
alma.
Sin tregua, llega
a acoplarse otro invierno, con la muerte camuflada en su ventisca, golpeando
ventanas, que, clásica y misteriosa, prepara la prosa de su próximo entierro.
Y si cruzamos
las manos en el pecho, buscando la no mezquindad del amor, existe un instante infinito…
en que cae una lágrima, al recordar la quimera inicial, paralelamente a la caída
del primer copo de nieve, desde un cielo intrínsecamente negro.
P-Car