Te apareces en mí
sin mi anuencia.
Te inmiscuyes en mis latidos,
los alteras, los dejas quietos.
Mudo, te quedas en mi alma:
descubres mis sentimientos.
Haces caminatas en mi playa
vas y vienes, meciendo sentidos.
Libre, creas y dejas huellas en mi sueño,
en mi tiempo, en mi cuerpo, en mi vida.
Vete… te pido
que aquí y ahora
ya nada es tuyo.
Ni el aroma
ni la pócima
ni las sombras.
Sal de mi mente,
de mis horas,
de mi mundo.
Por mucho que de mi todo
ya demasiado poco quede
lo que sea… es solo mío.
Me heriste de
muerte.
Cierto es… y
lo sabes.
Sin fin… lloro
por ello.
Solo que el deceso
por una herida de
amor
tarda en
demasía.
Es tan cruelmente
lenta
tan anémica y lánguida
tan aguda y
punzante
que mis
palabras son nada
para tanto
dolor y agonía.
Tan
repugnante y mal recibida es
como la malevolencia
misma
cuando te
impone un olvido forzado
si, a pesar de
todo, se ama.
Nunca pensé
decir esto pero…
con mis pocas fuerzas…
digo:
¡detesto tus
pasos!
¡detesto tus causas!
¡detesto te
aparezcas!
¡detesto haberte
amado!
P-Car