Amanecíamos piel
con piel, adheridos
quietud única
-corazón agradecido-
en que ninguno,
nada pedíamos
porque hasta el
acto de respirar
parecía que estaba
demás.
Un silencio melodioso
envolvía el nuestro.
Silencio de brisa
fresca,
de hojas almagres
cayendo.
Silencio del sol
que asomaba,
de tímidas corolas
abriéndose.
Silencio de novicias
gaviotas
aventurándose
a lo intrazable.
Una aurora, sin
mover nuestros labios
unidos a más
no poder los latidos
suplicamos eternidad
al reloj.
Aquella ambición
-aquel pedido
del alma-
bordó de oro nuestro
anhelo.
Y el deseo, hilvanó
un destino.
Fuimos dueños
de aquella realidad
de tal conexión
-amor vital-
intangible, inmortal.
Algo pasó,
ajeno a toda comprensión
y tal promesa
perturbó la marea.
Y la verdad fue
solo espuma
que se
engulló la arena.
De tanto en
tanto, de ambos, evoco esa ansia
y no sé si el
tiempo, todo o nada cambia
más, de los
muchos silencios perfectos
que nos
regala el infinito, ese tan único,
el de mis madrugadas
contigo,
nunca más fue
el mismo.
.
.
.
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