Te lo mencioné innumerables veces e insistí
con mis pupilas, con mi boca, con mi poesía:
no nos provoques al quiebre y a la soledad.
No me presiones a buscar dentro de mí
un poco de muerte, un poco de consuelo
y, en consecuencia, conocerme de verdad
hasta la condición más pretérita del alma
con todas sus virtudes y todos sus miedos.
Y llegar finalmente a conquistarme así,
blancuzca y oscura, íntegra, honorable,
desde el primerísimo suspiro del albor
hasta el suave aliento antes de dormir
y en mis sueños, seguir amándome.
Mirarme en el espejo, coquetearme,
apreciarme desnuda, vestida,
fidedigna, sin término,
mucho, harto y más.
Me provocaste -pero estuviste advertido-
a tener que explicar que fuiste solo uno más,
alguien que no mereció mi latido, mi humedad,
mi tiempo, mi ilusión, como tampoco mi ira
y menos -oh Dios, no- ¡el resto de mi vida!
Te lo dije, tantas veces, demasiadas:
pero no, me incitaste, me lesionaste
una y mil veces y este es el resultado:
ahora, para mí, eres nada, eres nadie
quizás, nada más, un frío túnel oscuro
el cual, paradójica, descalza debí cruzar
para hallar la señal que me alumbrara.
Ya ni siquiera eres alguien
que merezca la categoría
de avivar y desesperar en mí
la urgencia de olvidar-te.
Ahora vete, no me ruegues
prescinde de mis huellas
y de tus conocidos atajos.
Entiende, alguna vez para ti, existí,
profusa, ignara, quimérica, sinfín...
y ahora, simplemente, no existo.
Pero espera... te agradezco... (guarda esto)
así no lo creas -como nunca crees en nada-
¡gracias! si... ¡gracias!
por no haberme amado
como merezco ser amada.
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Paty Carvajal-Chile
N°1483 - 15.02.2023
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