Nunca el invierno fue tan vasto
y el frío tan filudo.
Nunca el aguacero tan pesado
y la niebla tan obtusa.
Nunca la noche tan negra
y el alba tan abandonado.
¡Jamás el silencio fue tan insondable
y las mismas frases, tan sin sentido!
Inevitablemente… contigo y sin ti viví:
quiebres, destronadas, ensayos de olvido.
Relevos, reencuentros, escapadas al filo.
Pero confieso que jamás había transitado
una cabal extinción de la esperanza
en la ruta árida de lo imposible.
Con carácter de tragedia
una parte de mí se apaga.
Lo perfecto de mi esencia oscurece
jactancia del vacío, infinitamente.
Es como una dosis de impotente muerte
augurio de la que me arrasará totalmente.
Ya no hay preces.
Ya no hay magia.
Sin esa luz amada en mi alma
¡insistente y dramáticamente!
en mí ya no hay nada…
(nada de nada…)
Y en este ingente erial
nadie ausculta mi dolor.
Aquí, sobre mis huesos,
ni siquiera el viento
dejará una mísera flor.
Soy ignición sin llama.
Soy pena sin llanto.
Soy grito sin eco.
Soy amor puro,
¡muriendo!
.
.
.
P-Car