De un momento a otro, el
cielo no tuvo estrellas y bajo las palmeras, sombras poseídas, iban y venían,
golpeándose azarosas entre ellas. No… no es posible, se decía la luna...
Aquella bella mujer, que un
instante antes, pensaba en él con alegría en el alma y lo aguardaba vestida de
seda, no resistió la impresión y su corazón sucumbió, mientras sostenía una
fotografía que lo delataba en su cruel perfidia.
Como si el tiempo se
hubiese detenido en aquel lugar, hubo un silencio ensordecedor cuando ella fue
escoltada por gaviotas, hacia su última morada.
El océano no concibió la
traición y al unísono que era enterrada, agitó de tal forma sus olas, que
desaló sus venas, en la misma arena… donde el amor había moldeado sueños y el
viento, soplado eternidades.
Un año después,
arrepentido, él volvió a buscarla para, cierto de sus sentimientos, decirle que
la amaba…
P-Car