Por cada rayo
de alba
tengo
reservado
un atardecer
de oro
e impacientes
en mis pies
travesías sin
huellas.
Coexisten
en mí
cada uno
de tus tesoros.
Razón de
sanar con luceros
invisibles
horizontes heridos
y deshacer
con pócimas de luna
toda lía de
sufrimiento.
Querido,
el dolor se ha ido:
en la
ensenada de nuestro pecho
se han
evaporado las penas.
A veces
desde un cielo
de legítimos grises
cae agua
de lluvia y lágrimas
reluciente
de emociones.
Y es que en
mi corazón contengo hoy
un renacido
y maravilloso sentimiento:
una inusitada
elevada sensación.
Dios nos ha
regalado el milagro.
Mis ojos
son para dos miradas,
y en mi
piel, se acarician dos cuerpos.
Ay amor -infinitamente
mío-
en mí se
instauró nuestro templo.
Tú eres yo
y yo soy tú.
Mi alma es,
dos almas
que solo sienten
y sienten
sin temor,
sin tiempo, sin decesos
rebasadas
de agradecimiento.
Por el
resto de esta existencia,
-riqueza y
provocación de mis versos-
por ti,
por mí y este sentir
al viento
danzarán flores blancas
mientras
el carmín más intenso
correrá
por mis venas.
Para los
dos aún soy y aquí estaré.
Por ambos…
he de seguir.
Sí, mi
cielo estrellado,
con dos
almas en una,
nuestro
amor deshilado en poesía
y mi fe hecha
cascadas de esperanzas
sin ti e
intrínsecamente contigo
doblemente
he de adorar la vida.
P-Car