Describiendo con mis labios, los sueños que dibujan al
alba mis sentidos… discrimino en tu mirada, la amenaza de trepadoras cegueras inauditas,
devorando un cúmulo virginal de atardeceres ámbar, reposados en un
cónclave de mares en calma.
Y me pregunto… ¿cuántos ocasos debemos esperar, para que
el sol pierda el brillo de su fuerza y entonces el mar derroche su paz en la
tormenta? …y… ¿cuántos amaneceres más sucederán en nuestras ventanas sin que los
ojos del otro, caigan por el lado vacío de nuestra alma?
Los sentimientos modulados no son poemas imaginados,
no son sólo los ecos de un pasado… Son estrellas, sí, estrellas… que siempre
han brillado rodeando su luna sincera, en un firmamento de verdades.
Existen momentos únicos en la vida, en que luego de
entregar lo más depurado de nuestro bien, lo mejor es ceder confiados, el
cuidado de nuestro jardín espiritual al rocío divino y aguardar brotes de luz
celestiales, venciendo el apuro de nuestro ego, al que siempre… para todo lo
trascendente… le falta tiempo.
Si mi corazón de poeta algo ha aprendido estos años,
es que el inigualable y añorado séptimo sentido de la felicidad, es escaso y siempre
apetecido en la profundidad de nuestra esencia sin manchas… como aquella pura y
clara con la que nacemos, cuando aún nadie ha herido nuestro pequeño gran mundo
interno.
Y también he aprendido que hay ecos que se hacen
versos eternos… pero que existen otros que involucionan a suspiros, porque, en
la memoria de un mañana, nunca… nunca debieron ser destino.
P-Car