Mis palabras caen
al abismo de mi mente.
Cegadas… desaparecen.
Mientras que quieto
mi noble sentimiento
sigue soñando contigo.
Sueña, nada más sueña.
Pasan las horas, las noches,
los amaneceres, los ocasos…
coloreándose mi calendario
de silencios asentados.
El devenir parece
una ventisca arisca
-cortante y fría-
por el olvido parida.
Y el espíritu (ay… el espíritu…)
por lo que cree, a ratos se inspira
pero sus proezas no son admiradas:
sus apologías nadie repite o replica.
Pasan exactos, meses y años
-y casi un siglo completamos-
sin entender qué nos pasa…
¡por qué no hablamos!
¡por qué no actuamos!
y nada más nos acurrucamos
entre lo que sentimos y pensamos
cuáles víctimas del sinsentido.
Y de pronto, sin anuncio,
nos asalta ella, la muerte,
Por fin alguien nos abraza con brío
nos alza al cielo y ya absueltos
suave nos posa en un lecho
y allí tan solo ella, con pasión…
llena de amor…
¡nos ama!
A la mañana siguiente y su noche contigua
mientras afuera, danza la jamás antes sentida
cálida y rítmica brisa, que las flores todas mece
-no así a la inmóvil lápida-
ella nos declama con un silencio diferente:
“ahora a ti, te he de premiar
con aquello que cultivaste:
en nombre de lo beato de mi manta
permanece aquí, inmóvil ¡santa!
Ama y eternamente…
¡calla!”
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P-Car
Paty Carvajal-Chile
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