Murmuro sola a mi soledad, lo
extraño que es el olvido, diría que más extraño que el amor mismo. Cuando le
amaba, tuve total certeza de mi amor: no hubo alba, ocaso ni instante en que lo
dudara. Yo -solo yo- deseé y quise, despertar el resto de mi tiempo entre sus
brazos. No fue así y tuve que pasar excesivas penas y reinvenciones.
Sobreponerme… entendiendo que con él, nunca debí soñar ese sueño.
En este raro y acompasado presente,
en que incontables lunas y soles se han desvanecido tras el océano, tras la
montaña -y en la intimidad de mi sereno corazón- sucede que cuando avanza hacia
mí la claridad de que le he olvidado, misteriosa y repentinamente vuelvo a
recordar. Veo nítidas imágenes de nosotros riéndonos, abrazados, en bello silencio,
amándome él, amándole yo, amándonos con auténtico amor.
Entonces, supeditada a algo
superior, entro en una mística dimensión y sus ojos aparecen en esas cúspides y
luego en ese mar, y así yo no quiera evocarle nunca más, sin tregua ni paz -buscando
mi ternura y mi perdón- esa querida mirada y ese amado espíritu, emergen de la
nada, hasta que me derrumbo y al momento sucumbo. En medio de la confusa emoción,
me cae una lágrima, luego otra, otra y otra más…
Entregada, con voz alta a la
vez de quebrada, al firmamento expreso lo extraño que es su amor y su olvido, porque
cuando más cerca estoy de dejar todo atrás, este pasmoso evento me sujeta vigorosamente
del alma, desde donde escucho -con mayor claridad que todas las palabras del
mundo- cómo él ruega que no le olvide y que, con entereza y virtud, paciencia y
fe, jamás nunca ¡nunca, nunca! lo deje de amar.
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P-Car
Paty Carvajal-Chile
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