Aquella mañana
estaba gris y en las planicies cercanas, algo diferente se vivía. No se
distinguía ningún pájaro en la foresta, ni tampoco se escuchaba el acostumbrado
sonido del río. Solo se oía un viento fuerte, que arrasaba de los árboles, las
hojas más débiles. Luego comenzó un ruido ensordecedor tras la montaña. Era algo
que se acercaba. Mi corazón comenzó a latir muy acelerado… La intuición en mis
entrañas despertó mi nerviosismo. Estuve así por un breve tiempo que me pareció
un largo rato. De pronto, un caballo negro se acercó a la cerca. Cargaba en su
lomo, un hombre casi inconsciente. Rápidamente me acerqué para auxiliarlo sin
imaginar jamás quién sería. Sí, amado de mi alma, eras tú, que herido en la
batalla -de la vida y la sobrevivencia-, sin fuerzas y agonizante, quisiste
venir a morir a mi lado.
Así fue: apenas lograste
abrir tus ojos para mirar por última vez mi rostro, te dormiste para siempre en
mis brazos. Entonces grité desesperada y te besé intensamente, como queriendo
con mis labios retenerte a este mundo y a mi ser. Pero el destino estaba
escrito y esa era la hora marcada para tu partida. Te fuiste de este mundo en
una mañana gris, en que todo lo demás pareció haberse detenido, menos la fatalidad
y el desgarro.
Cada vez que, como
hoy, el día amanece sin sol, recuerdo aquel momento y en forma especial tus
ojos, que, por última vez me miraron, tan llenos de dolor como de amor. Nunca
olvidaré tu mirada como tampoco a ti.
Pero estoy en
paz, porque vivo con la ilusión de que el último día de mi calendario, me subiré
a un corcel blanco y cargada de flores en mi cuerpo y luz en mi pecho, llegaré nuevamente
a tu lado. Ese será un día especialmente soleado en que las aves no detendrán
su canto, la primavera se hará eterna y el agua de la cascada caerá cristalina
en nuestros cuerpos traslúcidos. Sí, sé que llegará la hora atemporal de
nuestro renovado encuentro y todo el pasado no será más que un suspiro. Por
fin, fundidas nuestras manos y almas, seremos un solo infinito.
Desde donde estás,
debes escucharme Mi Bien. Nuestro encuentro y nuestro amor no es una historia
cualquiera. Es una historia única, especial y eterna, que hace milenios, un
ángel enviado por Dios, escribió en las estrellas.
P-Car