Amiga,
hoy te contaré de mi historia. ¿Sabes?... rápidamente sentí que estaba
enamorada, pero… ¿quieres saber en qué momento supe que como a nadie lo amaba? Te
costará entenderlo, pero estuve segura cuando él conmigo ya no estaba e hice un
oscuro listado de desacuerdos, omisiones, artimañas y soledades, todo con el
fin de -por fin- olvidarlo. Te sonará familiar esto.
Al
repasar muchas veces la lista, desde mi inteligencia decidí que no debíamos intentar
convivir, pero al mismo tiempo, supe que mi amor era enorme y profundo porque
superaba todo: su actuar, sus vacilaciones, su norte, incluso mi estricto interés
de tenerlo a mi lado para que dedicara su vida a mí y siempre me hiciera muy feliz. Repetido
principesco cuento.
A pesar
de lo vulnerable, egoísta, decadente y terriblemente subjetivo de cada uno, lo
seguí amando… tal cual él, pero ya despejada de retrógrados sueños, sin vestirlo
con un traje azul, sin la ansiedad de su inmutable atención y… sin una gota de ilusión.
Al ritmo que debían, se fueron la rabia y la decepción, la infelicidad y el dolor,
y tan solo, puro e inquebrantable, sin ningún escenario inventado, se instauró
el amor.
Amiga
mía, desde el develamiento de esta nueva vibración, así lo he amado, tal vez de
una forma inusitada, pero claramente sustentable para mi alma. Lo amo de una forma
no desesperada, de una forma inmensa que parece no tener caducidad, de una
forma cósmica que me hace volar, de una forma poética que de emoción me enloquece.
De una forma que no me ata, maltrata ni obsesiona, porque sencillamente… es libre,
auténtica, autónoma. Tal vez única, con lo que no quiero decir
que sea idílica ni óptima. Nada lo es.
Comprendí
que amar no es cuestión de fórmulas, de apariencias, de
conveniencias ni tampoco de una búsqueda frenética del hombre
ideal. Amar es conectarte con tu centro -con la verdad- y sin juicio, culpas o defensas, sentir y aceptar que amas. Al ser auténtica, realizas un acto simple a
la vez de inmenso, logrando contigo una comunión mágica, que es armoniosa y se
funde con el universo. Créeme que es así.
Entonces
entendí que el crecimiento y la plenitud radican, desde un abanico de aspectos propios
de esta densidad, en ese contacto sincero y que a pesar de no estar pegada a la
piel de tu grandioso amor todo el tiempo, sientes que la verdad se reveló en tu
interior y sin parar explota en tus emociones y resalta el rojo de tus venas. Te
sientes vital.
Comprendí
que las personas pueden irse por mil razones que no son para herir a nadie y
que la tuya, la mía y la vida de todos puede terminar en cualquier instante. Que
lo mínimo con lo que podemos honrar la existencia es con honestidad, partiendo con
nuestra propia elegida versión de seres espirituales privilegiados, que hemos
venido a experimentar una historia en la tierra. Es asunto de cada uno, hacerla
grande o pequeña.
Luego
de este despertar, sientes el sol distinto, ves las estrellas de otra manera, te
abres al hoy, te entregas a este devenir impredecible y te nace, sin
condiciones ni expectativas, hacer cosas buenas. Deseas amar todo, lo diminuto
y lo grande, lo invisible y lo tangible, lo que te ama o no te ama. Da igual.
Y
es que, amiga mía, el amor florece en tu ser, de la cabeza a los pies, de tu
mente a tu alma, de tu muerte a tu renacer. Cambias temor por amor, te
transformas, te llenas de luz, te llenas de ti misma y del todo. Y ese maestro…
que tanto te mostró, está ahí, contigo: te contempla, te abraza, te habla, te
cuida, te quiere, te admira… y tú sabes que estará hasta cuando deba estar:
quizás se esfume o tal vez, lo lleves a la infinidad. Ya no hay resistencias,
desaparecen las listas, no juzgas y te permites fluir, vivir con honestidad,
abrazando y compadeciendo la natural humana fragilidad que conlleva, el tránsito
en esta galaxia.
Amiga
querida: amar a una persona o al universo, un jardín o el cielo, es algo
sagrado, un regalo de la fuente y tal vez, la única explicación por la que bajamos a este plano. Es beneficioso meditarlo y liberarnos de tradiciones
y códigos rígidos, junto a interpretaciones limitantes. Cada persona o cosa que
amas -o te ame- es un maestro que te lleva al entendimiento, al agradecimiento,
a la empatía, a la compasión y al perdón. También tú, eres maestro de innumerables
almas.
Amar
el amor, es lo mejor de la creación: ámate, ama y sigue amando todo lo que quieras
a quien quieras. Hazlo… sin alterar el rumbo y el aprendizaje de nadie, hazlo…
resonando en paz a cada instante. Guíate por los latidos de tu corazón y por
las emociones que te llegan sin una orden de la razón. No te apures que el
reloj es un invento perecedero, exprime lo mejor de tu experiencia, sé consciente
y respeta. Sé feliz amando, sé libre sintiéndolo, sé generosa al ilustrarlo, sé
prudente al reservarlo, sé grande al confiarlo, sé sublime al concederlo.
Y
recuerda cada amanecer que cuando termine tu trayecto en la tierra, lo único
que te llevarás es el amor. No esos amores superfluos, no el que despiertan los
bienes y la riqueza, no ese que acalora y enfría el caprichoso cuerpo. Será
aquel que cultivaste y cuidaste con calma, en tu viaje y tu alma. Eso, incorpóreo
y sin precio, es lo que da luz, auge y sentido a tu actual y siguiente existencia.
El amor lo es todo y amar a una sola persona o al universo, si es puro y sincero,
ni mejor ni peor… ¡es amor!
Amiga
hermosa: sí, demasiado rápido… supe que estaba demasiado enamorada, pero ahora
ya sabes en qué momento realmente supe que lo amaba. Y ahora que tú ya lo sabes,
en este instante yo… ¡aún más lo sé!
Oh,
algo importante me falta: no me creas nada, duda de todo esto, porque lo único
que te dará la certeza de lo descrito es vivirlo. Chao amiga, hasta pronto,
hasta siempre, espero que pronto de ti me cuentes. Ya sabes, soy yo, tu romántica
amiga, quizás un poco diferente, pero nunca jamás dudes, que de verdad… ¡te
quiere!