Anclada en una esquina del
destino, los ángulos designados para la prosa de mi vida, traspasan mi silueta sin
escudos, convergiendo en mi corazón… punzantes rayos de luces y negros, que rebotan
y sustraen sin discreción… todo mi sentir hacia un escenario rotatorio…
adyacente a mi sombra.
Entonces, sometidas a un obligado
escrutinio… desfilan desnudas frente a mi mirada, mis fortalezas y fragilidades,
intentando no escuchar las risas de falsos duendes tránsfugos, que tuercen el
sentido del viento, en los remolinos de mis emociones, en esta presuntuosa quiniela
de la suerte.
Y allí, quebrantado… versa en
silencio, mi amor indefenso… en un reducido e imperfecto vértice sin luna… haciendo
de este capítulo de mi sino, un aparente sinsentido, que luego de una injusta
sentencia de soledad, pasará a ser una insignificante partícula perteneciente
al olvido, en un occiso cuento sin edición alguna.
Es que vivimos el siglo de los
códigos nocivos, en donde se apuesta al desacato… olvidando el teclado del cielo
y se vanagloria la colérica danza de los millones metálicos… en la fiesta bohemia
de las negaciones al infinito del karma, donde se sucumbe fácilmente, al
trasnoche enfermizo de los valores, que sin derecho a apelación… mueren abandonados
antes del alba.
Y deberá golpear un péndulo
de rosas cada hora, en una nueva era de esta terrenal existencia, donde no
existirán carencias y prevalecerán los tesoros sin números, provenientes del universo
celeste, dejando una permanente impronta entre millares de luceros, que serán el
linaje y la herencia de un sinfín de generaciones renovadas del alma.
P-Car