Ella lo quedó mirando fijo. Algo en sus entrañas le decía que sería la última
vez que vería su cuerpo desnudo. El, ignorante, nunca lo supo…
Sin anuncio, se vistió de ausencia, mientras ella parecía dormida. Le
dio un beso de labios fríos en la frente y partió con niebla espesa en el alma…
Sin discreción, la soledad colgó sus harapos en la ventana de aquella habitación
que los vio mil y una noches amarse con locura.
Pasó el tiempo, el llanto y el verso… hasta que sus ojos se comenzaron a
cerrar ansiando lo eterno, sin saber que todos sus afectos con ella se querrían
dormir; el viento, el alba, la luna y el océano.
No tuvo miedo de sentir la muerte abrazándola. Lo peor ya le había
sucedido en vida. En el siguiente instante, tan solo descansaría.
En el último suspiro, mencionó por enésima vez su nombre, mientras en su
cuerpo, los trigos dorados de una emoción que nunca terminó, se elevaron al
cielo, buscando la cúspide infinita de una pasión perdida… por nada.
P-Car