Mientras el tiempo sucede, aquí estoy, bajo una
luna que se adueñó de un cuarto de cielo. Quisiera ser ángel para bajarla,
hacerla mi pampa y mi manta. Ella es tan blanca y lúcida, tan pura e inmortal. La
emoción que me brinda es inconmensurable.
Mirándola, en mi cuerpo mojado por el erotismo de las
olas, se desmanda el recuerdo de unas manos húmedas de deseos.
Sí, esta noche, a él…, lo llevo antes que mis
pensamientos, pero de una manera diferente.
Esta noche lo extraño, pero no sufro su lejanía. Esta
noche lo deseo, pero no estaría en sus brazos. Esta noche lo amo, pero solo
cuando lo recuerdo.
Ay, y es que con mi mirada embargada por el infinito,
me he permitido acariciar el sueño. Aquel idilio único y perfecto, que estremeció
todo mi ser la vez primera que se comunicaron nuestras miradas.
Entre nosotros ya no existe nada, porque nuestros
momentos el mismo los robó, así como esta noche me querrá ser robada por el
tiempo, junto la locura de volver a soñar con su amor.
Lo nuestro murió, no obstante, en estas horas sin
par, pareciera que todo lograría repetirse; las mismas estrellas, las mismas
manos unidas, las mismas sonrisas, la luna milagrosa, un ímpetu inusual y el
mismo amor por amar.
Amanece. Comenzará un día que no se parecerá a otros.
Será el día siguiente a la noche de la luna inmensa, de revivir su cuerpo en mi
piel, del más placentero desvelo, de divagar entre las estrellas, de amainar mis
pensamientos como lluvia sobre el océano y de todo aquello que una vez me fue regalado.
Como su vehemencia, como sus ojos, como su boca, como aquellos relámpagos de
amor provenientes de su pecho… y como toda aquella breve eternidad, en que, por
saborear un dulce sueño, simplemente nos dejamos llevar y que, en esta noche… y
todas las noches de lunas inmensas que no reconocen el olvido, yo… yo lograré quedármela
en el alma y doblegar al tiempo.
P-Car