Desarmada y exhausta me duermo, luego de un desordenado
parpadeo, que evoca el cemento de dura mirada, único obsequio de tu despedida, dejando
esta huérfana furtiva, que no deja de llorar en tiempo eterno, arrojada en
tierra de nadie.
La soledad se apoderó de mi lecho, comarca que desde
ayer no tiene dueño y sin perder el hambre de la miel de tus labios, pasé una
noche tragando puntas de cristales, queriendo despertar de un mal sueño, añorando
tus brazos que acariciaban al alba mi cuerpo desnudo, doblado en tu espalda.
Nada soy sin tu ser cercano, ni sin el sabor de esos frutos
jugosos, que erguidos nunca se saciaban… de vivir internos en mis entrañas.
Sueño regresar sobre alas plumadas, por los encajes
verdes del mismo camino que me llevó a tus calmadas praderas y al instante cuántico,
único y mágico de conocer el fondo de tu mirada.
Y recuerdo el momento sublime de sentir tu corazón latir
fuerte, cuando de tus labios borboteó un embriagador y palpitante te amo, que
selló eternamente con sangre, el cerrojo plata del portón de mi alma.
Como puedo conversar con mi corazón, para explicarle
tu ausencia descalza, si ni yo puedo con tal huida cobarde, en un caminar sobre
pies apurados de ese cuerpo mío que no volteó ni una sola vez, dejándome
completamente abandonada, al destino más incierto, que ningún noble amante
desea para la mujer que realmente ama.
P-Car
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