Bebiendo
agua agria de mis lágrimas, revivo aquella última vez que observaste al fondo
de mis ojos, momento sísmico en que mi sangre bombeó al compás de tambores
guerreros al combate y en completa desesperación de la realidad, desenredaste,
cuales hiedras venenosas, los brazos de otro hombre engullidos en mi silueta desnuda,
bellamente inmadura e ingenuamente endiosada.
Entre
sables de perdición, audacia y rebelión, el ego me extendió su traicionera mano
y en maldito instante carbonado, decidí engañarte, por encima de la siempre
verdad de mi alma que entumecida, gemía en un rincón postergada murmurando que te
amaba.
Al
posarse en dominio absoluto tu mirada en la mía, penetrante y poderosa, me
sentí acorralada, enfrentada a un acantilado suicida, mi cabeza jibarizada, dio
vueltas rápidas y entre el espanto de tenerte frente a mí y la angustia que tu
conducta hostil me causaba, mentí, y mutilé este gran amor, demoliendo el pilar
que sostenía nuestra casa.
Grité
que no te amaba.
Creí
que el tiempo, al ritmo de mi antiguo reloj, secaría mis sentimientos al sol
para ser disgregados en el viento de un olvido amnésico bien administrado. No fue
así, delirio de mi cuerpo, dueño de mi razón, señor de mi corazón… ese
sentimiento aún vive en esta mujer, que hoy destrozada por la pena de habernos
fallado y congelada por la distancia abismante de tu increíble pasión, por mi aniquilada,
implora cada noche, en cada rezo humilde… tu imposible perdón.
Abrumada,
sola, deprimida y encerrada entre estos muros silenciosos, que aún sostienen
nuestros retratos, cada vez más desteñidos y lejanos, siento se empequeñece mi
cuerpo ya esqueletizado y exhausta, con lengua seca, pronuncio avergonzada tu
nombre que sale del fondo de mi garganta, cual pedido moribundo de esta fémina
culpable y equivocada.
Pero
los paredones de esta habitación, rebotan en débil eco, indignados por mi error
y devuelven entre fisuras del cemento, cada una de mis turbias lágrimas. Sucia
desde el alma, mi humanidad no resiste más la indiferencia tuya y de estos insoportables
muros, testigos de ambas caras, jueces implacables rectos y duros, que insensibles
niegan absolutamente toda suplica e indulto compasivo, ni por la extremaunción
de esta alma enamorada.
De
ti nunca más supe nada.
Si
supiera que hay una sola esperanza, si tan solo pudiese presentirlo en mis
entrañas, retrocedería por nuestro camino, cual ave fénix, para alcanzar la
punta invisible de nuestro destino y volver a los inicios donde estuve atada a
ti, a nuestro sublime amor y con nuevo semblante y piel renovada, alzaría
nuevamente al alba la antorcha de espléndida llama, la misma que iluminaba esta
casa y se apoderaba cada noche de nuestra cama.
Sin
fuerza afirmo los bloques de miserias que yo misma construí, los que sobre mi
cuerpo desahuciado y mi mente enloquecida, se derrumban victoriosos de justicia
para apurar mi fin, por lo que ya resignada a esta sentencia irrevocable,
negada a encontrar ni un rayo de luz, derrotada en la poca fe que con hilos
finos apenas me sustentaba, hoy suelto mis brazos, porque infiel, mentirosa y
culpable, sin tenerte a ti, ni tu perdón, solo deseo morir en esta misma
alcoba, aplastada.
P-Car
Escrita 08.02.11
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