Mis
llantos desorientados corrieron
a buscar tu
vertiente perdida
en el
desierto de mi rostro de tiza
(donde
cayó en un segundo un siglo)
dejando en
su marcha fúnebre
charcos estancados
en el extravío.
Mis versos
condenados de angustia
mandaron
señales de vida
naufragando
con gritos de auxilio
entre las
gigantescas olas
de este amor
embravecido.
La sombra
de tus alas urgidas
enfriaron la
fosa cavada por tus manos
para mi
piel que enfermaba sin cariño
cayendo a pedazos
por la lepra del olvido…
cuerpo mío
que en su último suspiro
miró tu vuelo
de águila herida
desde el
fondo de esa tumba vacía.
P-Car
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