Enfriaba la tarde, entre hojas rojas
y amarillas cayendo zigzageantes a la tierra, que reposaban sus memorias en una
espesa alfombra de láminas deshechas.
Tradicional jornada de otoño, donde la
casa cercana olía a leños recién encendidos y el silencio solo lo rompía el agua
del estero y uno que otro relinche de aquel solitario caballo manso, que con
paso melancólico, avanzaba lento, con su clásico caminar de atardeceres a la llanura.
De pronto, tras una tupida y dorada arboleda,
en mágica presencia… apareció ella, una hermosa yegua de mirada azabache y piel
cacao con filamentos terciopelo en su cola y cabeza.
Ya próximos uno del otro, se observaron
en sus ojos por largo rato, luego se olieron la piel, de donde brotó hasta el
último de sus pensamientos y entonces… se amaron sin más… e inseparables quedaron,
en una unión que por muchos años los llevó juntos hacia el ocaso, donde sus siluetas
hoy cincelan un gran corazón al trasluz del sol.
P-Car
Preciosa tu historia de amor! la amé total!!!!
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