En
el preludio de esta noche, aguardando bajen los oscuros telones del cielo, me
he quedado estática, dejando que la brisa fría, entre incólume a mis venas. Y
es que mis pupilas se han clavado en el firmamento, observando, con un silencio
sin tregua, como se va la tarde y con ella, la alegría que vivía en mi alma, mientras
la fina silueta de la luna nueva, asoma ingenua entre los matices otoñales del crepúsculo.
Siento
que un gran dolor se estaciona en mi pecho, en el lugar exacto, entre un pasado
de ensueño y un mañana incierto, como un hirviente sello, enterrado en el momento
precioso y sin igual, entre el día y la noche, para quedarse este momento de sufrimiento…, tatuado a
fuego, en la acuarela de este ocaso que ya pronto será pasado y en una muy
íntima, inalcanzable e infinita dimensión de mi mundo interno.
P-Car
Los ocasos suelen provocar esas sensaciones, pues claramente podemos ver el fin del día y como lentamente se hunde en las sombras y el comienzo de esa noche que rápidamente se llena de misterios y oscuridad.
ResponderBorrarSiempre un placer pasar por aquí Paty.
Un beso.
Ay mi amiga, que poema tan intensamente triste! te abrazo mi amiga linda, poeta, que yo adoro!
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