Mirarte,
fueron instantes,
que se
transformaron
en mi
infinito.
Igual que las
estrellas,
te sostienes
en el aire
-de mi
ausencia-
frío,
inalcanzable.
Y yo, incomprensible…
por el revés
de tu silencio
discreta… te
sigo mirando.
Como la niña…
como la
mujer…
que mira dos luceros
y con la
palma de su alma,
para sí, intenta
descolgarlos.
Únicas luces
que logro
observar
en el cielo,
en el tiempo
que nunca
acaban
en estas noches
sin alba.
En mí,
siempre, tal cual eres
-tozudo, esquivo,
solitario-
con tus
heridas -mías-
¡seguirás
brillando!
.
.
.
P-Car
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