Busco la montaña más alta, para poder sujetar la punta
del cielo… que ya se nos va… hastiado de tanta necedad. En un total desamparo cósmico, ya no habrá
sol, ni luna, ni nubes, ni luceros, todos ellos se están sacando las
mascarillas y abandonando el luto de sus trajes negros, luego de velar en sus
capillas, una a una nuestras miserias, para irse a otro universo.
Simplemente no existirá aquel enorme techo de
divinidad del cual llovía pureza y en cuyo interior existía ni más ni menos que
el hogar de la eternidad, donde solo nos aguardaba la felicidad total. Ya no habrá
clemencia por la destrucción de la belleza… ni para el auge sin control de la
indecencia, que en su máximo ensalzamiento, ya quebrantados, sentimos es más
vivible la demencia.
En pocos minutos, todo estará negro, porque este planeta
será abandonado a su propia oscura suerte, aquella que cada día juramos mejorar,
cuando le seguimos mintiendo a nuestro consciente, diciéndonos que no hay mal
que dure cien años, ni estúpido que lo aguante y gastamos nuestras neuronas,
pensando endosar la cuenta a los científicos o adicionando otra querella a los políticos,
mientras tanto que pagamos una cara terapia al sicólogo que nos receta cada vez
un mágico calmante, que solo nos hace seguir adormecidos adelante.
Nada cambiará y sin caer en cuenta, no nos quedará mas
que soportar, hasta que el mundo reviente por una bomba nuclear o se caiga lento
al vacío, pedazo a pedazo, podrido por el exceso de maldad.
Lo lloraron niños hambrientos, que con sus húmedos
ojitos inocentes, pedían solo un poco de alimento, pero mucho amor y respeto,
cuando sus predadores pagaban millones a sus connotados abogados, aquellos que
salvan hasta al mismo diablo. Los tribunales viven repletos de gentes que
entran y salen airosos, al igual que de los diarios y noticieros donde nada
dura más que unas pocas horas, si no produce dividendos.
Lo clamaron poetas, filósofos, profetas y también lo
cantó uno que otro tango bohemio, en los deleites del trasnoche y otros en la interminable
lejanía de un destierro. Lo presintieron los ciegos en los portales de las
iglesias, que no sintieron vergüenza de pedir limosna hacia afuera, pero sí, de
pedir indulgencia hacia adentro del templo.
Hasta los perros olfatearon algo nauseabundo en aquellos
conclaves anuales de todos los gobiernos, inventados para tranquilizar a las
masas y conseguir más adeptos, gastando en la realización de estos grandes
eventos, millones sacados de los impuestos.
No nos engañemos, que en este mundo moderno, que ostenta
de serlo, los avances no son ciertos, solo nos hundimos en un lodo espeso
llamado decadencia, que el comercio nos insiste compremos con tentadoras
promociones, publicadas en gigantescos letreros que tapan la naturaleza, vendiendo
tontos sueños y también ofertados en los supermercados, comprimidos en atractivos
envases de colores, que compramos repetidas veces, como lerdos.
Lo suplicaron en silencio, millones de miradas añejas,
que volvían hastiados a sus casas, sin tiempo para nada, ni pensar en mirar
hacia el horizonte, ya tapado por un humo tóxico, color grafito y otros días un
decorador color ocre; personas trabajadoras que absortas en sus labores, ya no
cuentan con una tarde para visitar un amigo deprimido, ni llevar una carta al
correo o entrar a una iglesia a rezar en un día cualquiera. Los jóvenes se
ríen, diciendo que es más práctico y reducido de emociones negativas, chatearle
cinco minutos a ese amigo medio ido, sumido en el vicio, que cuando se pone
denso, lo dejan colgado con una lágrima, para así seguir con otra desechable
charla.
Ni soñar con leer poesía llorando la inigualable emoción
de una guitarra y el sabor a nostalgia de un vinito añejo, en el barcito, ese
que había en la esquina y que cerraron por no ser masivo.
Y ni hablar del alma, término que no se enseña en los
colegios y ningún candidato lo mencionó alguna vez en su pulido programa de
gobierno. Cada noche deberíamos pensar en ello y en vez de preocuparnos de
proporcionar energía al celular, sería otra cosa cargar el alma… sí, aquella
reina que le destruimos su castillo y ¡le cortamos con guillotina la lengua!...
sí, a ella que es la semilla y flor de nuestra existencia.
Cuando abro mi ventana, respiro un oxígeno amarillo y depresivo,
y medio ahogada, escucho desde todos lados, el murmullo de una marcha fúnebre, a
la cual cada habitante aporta sus desdichas, pero con un aparatito en los
oídos, para no complicarse escuchando advertencias, predicadores, vendedores,
sirenas o el quejido de sus propias sombras leprosas, que irremediablemente los
persiguen.
Ya no vivimos con alegría, solo sobrevivimos con miedo
a que nos descalifiquen por nuestro desgano, cuando los jefes nos saludan con
cara de buitres y aunque no nos guste, debemos sonreírles a estos verdugos de
nuestro tiempo, que les regalamos el poder de nuestro sustento, aquel que
alimenta pero nada nutre, con tanta porquería que rápido se compra y engulle, llenándonos
de grasa sin medida.
Me asquea lo que veo, añoro lo que no encuentro, pero sin
pensar mucho, mis cansadas pupilas siguen observando a las seis y treinta, un
reloj sin futuro, sumergida en la rutina, solo aumentando el lamento que cunde a
la par con un injerto que trajeron de un laboratorio, que parece una hiedra venenosa,
esparcida por los campos de los sueños, donde aún se escuchan los gritos de
clemencia de los fusilados jornaleros, que son visitados en sus tumbas por viudas
y huérfanos.
Nada es bueno, ni siquiera el aspecto, que hoy debe
arreglar su faz con rellenos sintéticos y no con la nobleza, sabiduría y el
orgullo de hacernos viejos. Si hasta los espejos fueron comprados con coimas de
este corrupto sistema que solo se maneja con dinero.
Y no falta que en el noticiero matinal, aquel que
debiera darnos algún aliento, opinen expertos que el sexo es más placentero si
es entre muchos y sin sentimiento, y que el amor eterno es una cosa antigua, un
cuento de los abuelos guardado en un baúl, para la apertura del monumental
museo de los recuerdos, que visitarán millones de infelices ciudadanos y
turistas en el próximo decenio. En esos tiempos, los colegios ya no pedirán
trajes deportivos solo cascos y chalecos antibalas, porque ni las autoridades podrán
revertir la violencia, que solo seguirá yendo de visita a la mansión de la
justicia.
Seguirá todo su curso, solo que hoy yo me pregunto ¿que
hacemos? y mas pavoroso aún: ¿que podemos realmente hacer? y luego lloro… por los
pequeños que llegan a este mundo ingenuos y tendrán en sus cunas la ilusión de sus
propios bellos sueños, los que serán solo un natural reflejo condicionado de su
infortunado tardío nacimiento.
Si bien es cierto que escribir es una forma de hacer
bien, en un mundo sin un cielo… ¿que haré? sin astros, ni luz, ni un amanecer
en la montaña que prolongue la belleza de una noche estrellada, sin el suspiro
de un atardecer en la playa. Yo, al menos, suicidaré mi inspiración porque ya no
sentiré pasión y solo me engañaré cuando me sumerja en un vaso de alcohol y
borracha imagine que todo vuelve a ser como el Gran Arquitecto diseñó. Ay… Auxilio! sé que nadie me escucha… quizás
solo tú, que me miras a través de tu computadora, admirando mi escrito, pero
solo por mi atrevimiento y quizás también por las rimas y quizás hasta algo me
escribas, solo para un rápido consuelo. Pero yo… realmente ¡tengo miedo!
Nada es confiable, ni lo que hacemos ni lo que dejamos
de hacer, viviendo abrumados por el estrés y haciendo piruetas en una cuerda
floja, porque ya no entendemos que es blanco, negro o gris, confundidos de
vivir y con pánico de morir… peor sin ley, sin seguro de vida y preocupados de
cuánta gente irá a nuestro entierro, sin recapacitar que llevamos un noble crucifijo
en nuestro féretro.
No estamos en el comienzo ni esto es un receso,
tampoco el fin de los tiempos, estos son los pecados más siniestros, no
especificados en los mandamientos, porque el Señor no contempló tanta ambición,
obstinación y reniego.
No pagaremos con tarjeta de crédito ni con el
infierno… nuestro castigo será beber nuestra malicia, un sorbo cada día y
seguir sufriendo en este mundo sin salida, donde si no hay desvelos habrán
pesadillas, donde ya no existirán hogares sino guaridas, ni encontraremos cerca
la caricia de nuestros hijos, que caerán mártires en las diarias protestas en
contra de los horrores, por los cuales aún se revelarán impetuosos, debido a
sus jóvenes esperanzas que recién palpitarán un desahuciado destello de amor,
no importándoles para revertir aquello, desangrar sus propias venas en un acto
de humilde redención.
Más que la vergüenza que me agrieta, más que la
decepción que acongoja mi garganta, más que la angustia que me da palpitación
cardiaca, más que la razón que hoy licúa mi corazón, lo que hoy tengo es terror
de ser parte activa o pasiva de esta gran destrucción.
Yo pido que subamos todos juntos a la cima de la
montaña y gritemos fuerte a Dios que vuelva, que no se olvide de nuestra
existencia, que permanezca el cielo sobre los prados y océanos, que prometemos recomenzar
por la gracia de su palabra aprendiendo a escuchar de nuevo, en un lugar limpio
de veneno, porque lo único que nos regala esperanza, nos libera y salva en
vida, es resucitar nuestra alma.
P-Car
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