sábado, junio 04, 2011

En el siglo XXI



Busco la montaña más alta, para poder sujetar la punta del cielo… que ya se nos va… hastiado de tanta necedad.  En un total desamparo cósmico, ya no habrá sol, ni luna, ni nubes, ni luceros, todos ellos se están sacando las mascarillas y abandonando el luto de sus trajes negros, luego de velar en sus capillas, una a una nuestras miserias, para irse a otro universo.

Simplemente no existirá aquel enorme techo de divinidad del cual llovía pureza y en cuyo interior existía ni más ni menos que el hogar de la eternidad, donde solo nos aguardaba la felicidad total. Ya no habrá clemencia por la destrucción de la belleza… ni para el auge sin control de la indecencia, que en su máximo ensalzamiento, ya quebrantados, sentimos es más vivible la demencia.

En pocos minutos, todo estará negro, porque este planeta será abandonado a su propia oscura suerte, aquella que cada día juramos mejorar, cuando le seguimos mintiendo a nuestro consciente, diciéndonos que no hay mal que dure cien años, ni estúpido que lo aguante y gastamos nuestras neuronas, pensando endosar la cuenta a los científicos o adicionando otra querella a los políticos, mientras tanto que pagamos una cara terapia al sicólogo que nos receta cada vez un mágico calmante, que solo nos hace seguir adormecidos adelante.

Nada cambiará y sin caer en cuenta, no nos quedará mas que soportar, hasta que el mundo reviente por una bomba nuclear o se caiga lento al vacío, pedazo a pedazo, podrido por el exceso de maldad.

Lo lloraron niños hambrientos, que con sus húmedos ojitos inocentes, pedían solo un poco de alimento, pero mucho amor y respeto, cuando sus predadores pagaban millones a sus connotados abogados, aquellos que salvan hasta al mismo diablo. Los tribunales viven repletos de gentes que entran y salen airosos, al igual que de los diarios y noticieros donde nada dura más que unas pocas horas, si no produce dividendos.

Lo clamaron poetas, filósofos, profetas y también lo cantó uno que otro tango bohemio, en los deleites del trasnoche y otros en la interminable lejanía de un destierro. Lo presintieron los ciegos en los portales de las iglesias, que no sintieron vergüenza de pedir limosna hacia afuera, pero sí, de pedir indulgencia hacia adentro del templo.

Hasta los perros olfatearon algo nauseabundo en aquellos conclaves anuales de todos los gobiernos, inventados para tranquilizar a las masas y conseguir más adeptos, gastando en la realización de estos grandes eventos, millones sacados de los impuestos.

No nos engañemos, que en este mundo moderno, que ostenta de serlo, los avances no son ciertos, solo nos hundimos en un lodo espeso llamado decadencia, que el comercio nos insiste compremos con tentadoras promociones, publicadas en gigantescos letreros que tapan la naturaleza, vendiendo tontos sueños y también ofertados en los supermercados, comprimidos en atractivos envases de colores, que compramos repetidas veces, como lerdos.

Lo suplicaron en silencio, millones de miradas añejas, que volvían hastiados a sus casas, sin tiempo para nada, ni pensar en mirar hacia el horizonte, ya tapado por un humo tóxico, color grafito y otros días un decorador color ocre; personas trabajadoras que absortas en sus labores, ya no cuentan con una tarde para visitar un amigo deprimido, ni llevar una carta al correo o entrar a una iglesia a rezar en un día cualquiera. Los jóvenes se ríen, diciendo que es más práctico y reducido de emociones negativas, chatearle cinco minutos a ese amigo medio ido, sumido en el vicio, que cuando se pone denso, lo dejan colgado con una lágrima, para así seguir con otra desechable charla.

Ni soñar con leer poesía llorando la inigualable emoción de una guitarra y el sabor a nostalgia de un vinito añejo, en el barcito, ese que había en la esquina y que cerraron por no ser masivo.

Y ni hablar del alma, término que no se enseña en los colegios y ningún candidato lo mencionó alguna vez en su pulido programa de gobierno. Cada noche deberíamos pensar en ello y en vez de preocuparnos de proporcionar energía al celular, sería otra cosa cargar el alma… sí, aquella reina que le destruimos su castillo y ¡le cortamos con guillotina la lengua!... sí, a ella que es la semilla y flor de nuestra existencia.

Cuando abro mi ventana, respiro un oxígeno amarillo y depresivo, y medio ahogada, escucho desde todos lados, el murmullo de una marcha fúnebre, a la cual cada habitante aporta sus desdichas, pero con un aparatito en los oídos, para no complicarse escuchando advertencias, predicadores, vendedores, sirenas o el quejido de sus propias sombras leprosas, que irremediablemente los persiguen.

Ya no vivimos con alegría, solo sobrevivimos con miedo a que nos descalifiquen por nuestro desgano, cuando los jefes nos saludan con cara de buitres y aunque no nos guste, debemos sonreírles a estos verdugos de nuestro tiempo, que les regalamos el poder de nuestro sustento, aquel que alimenta pero nada nutre, con tanta porquería que rápido se compra y engulle, llenándonos de grasa sin medida.

Me asquea lo que veo, añoro lo que no encuentro, pero sin pensar mucho, mis cansadas pupilas siguen observando a las seis y treinta, un reloj sin futuro, sumergida en la rutina, solo aumentando el lamento que cunde a la par con un injerto que trajeron de un laboratorio, que parece una hiedra venenosa, esparcida por los campos de los sueños, donde aún se escuchan los gritos de clemencia de los fusilados jornaleros, que son visitados en sus tumbas por viudas y huérfanos.

Nada es bueno, ni siquiera el aspecto, que hoy debe arreglar su faz con rellenos sintéticos y no con la nobleza, sabiduría y el orgullo de hacernos viejos. Si hasta los espejos fueron comprados con coimas de este corrupto sistema que solo se maneja con dinero.

Y no falta que en el noticiero matinal, aquel que debiera darnos algún aliento, opinen expertos que el sexo es más placentero si es entre muchos y sin sentimiento, y que el amor eterno es una cosa antigua, un cuento de los abuelos guardado en un baúl, para la apertura del monumental museo de los recuerdos, que visitarán millones de infelices ciudadanos y turistas en el próximo decenio. En esos tiempos, los colegios ya no pedirán trajes deportivos solo cascos y chalecos antibalas, porque ni las autoridades podrán revertir la violencia, que solo seguirá yendo de visita a la mansión de la justicia.

Seguirá todo su curso, solo que hoy yo me pregunto ¿que hacemos? y mas pavoroso aún: ¿que podemos realmente hacer? y luego lloro… por los pequeños que llegan a este mundo ingenuos y tendrán en sus cunas la ilusión de sus propios bellos sueños, los que serán solo un natural reflejo condicionado de su infortunado tardío nacimiento.

Si bien es cierto que escribir es una forma de hacer bien, en un mundo sin un cielo… ¿que haré? sin astros, ni luz, ni un amanecer en la montaña que prolongue la belleza de una noche estrellada, sin el suspiro de un atardecer en la playa. Yo, al menos, suicidaré mi inspiración porque ya no sentiré pasión y solo me engañaré cuando me sumerja en un vaso de alcohol y borracha imagine que todo vuelve a ser como el Gran Arquitecto diseñó.  Ay… Auxilio! sé que nadie me escucha… quizás solo tú, que me miras a través de tu computadora, admirando mi escrito, pero solo por mi atrevimiento y quizás también por las rimas y quizás hasta algo me escribas, solo para un rápido consuelo. Pero yo… realmente ¡tengo miedo!

Nada es confiable, ni lo que hacemos ni lo que dejamos de hacer, viviendo abrumados por el estrés y haciendo piruetas en una cuerda floja, porque ya no entendemos que es blanco, negro o gris, confundidos de vivir y con pánico de morir… peor sin ley, sin seguro de vida y preocupados de cuánta gente irá a nuestro entierro, sin recapacitar que llevamos un noble crucifijo en nuestro féretro.

No estamos en el comienzo ni esto es un receso, tampoco el fin de los tiempos, estos son los pecados más siniestros, no especificados en los mandamientos, porque el Señor no contempló tanta ambición, obstinación y reniego.

No pagaremos con tarjeta de crédito ni con el infierno… nuestro castigo será beber nuestra malicia, un sorbo cada día y seguir sufriendo en este mundo sin salida, donde si no hay desvelos habrán pesadillas, donde ya no existirán hogares sino guaridas, ni encontraremos cerca la caricia de nuestros hijos, que caerán mártires en las diarias protestas en contra de los horrores, por los cuales aún se revelarán impetuosos, debido a sus jóvenes esperanzas que recién palpitarán un desahuciado destello de amor, no importándoles para revertir aquello, desangrar sus propias venas en un acto de humilde redención.

Más que la vergüenza que me agrieta, más que la decepción que acongoja mi garganta, más que la angustia que me da palpitación cardiaca, más que la razón que hoy licúa mi corazón, lo que hoy tengo es terror de ser parte activa o pasiva de esta gran destrucción.

Yo pido que subamos todos juntos a la cima de la montaña y gritemos fuerte a Dios que vuelva, que no se olvide de nuestra existencia, que permanezca el cielo sobre los prados y océanos, que prometemos recomenzar por la gracia de su palabra aprendiendo a escuchar de nuevo, en un lugar limpio de veneno, porque lo único que nos regala esperanza, nos libera y salva en vida, es resucitar nuestra alma.

P-Car

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