Ingresamos juntos al altar, de aquel templo de vitrales
de piel, donde acuden siempre nuestros súbditos deseos, para agradecer a la magia
que emana de sus muros, la escalofriante lujuria que colma todos nuestros sentidos.
Miradas…, lenguaje tan nuestro, de chispeantes
mensajes mudos, que emanan en nuestros ojos un brillo ígneo, prendido por intensos
anhelos, como estrellas nuevas caminando al cielo, en completa rendición de su
buscado destino amoroso, antes incierto. Y nos deseamos hasta lo más recóndito,
integrado en rica armonía, a lo profundo de aquellos cantos ancestrales de
amor, que nos tumban roncos, los costados del corazón lleno.
El perturbador acercamiento de tu pasión brava, atora
mis palabras entumecidas, desatando mi compostura mansa, sometida sin pena a tu
desafiante postura. La cumbre de tu cuerpo desinhibido, crece al ritmo de mis
besos carnívoros, sin medida, en posesión indígena de victoria, cual salvaje sobreviviente
de la batalla, pero cautiva vulnerable entre tus manos, que sujetan intransigentes
las desordenadas cascadas oscuras de mis cabellos desatados, que sé… son tu
locura.
El alzamiento de mi cuerpo fecundo, que en su
encantamiento supremo, sobrevuela incitante sobre tus cumbres, semeja un predominante
cóndor andino, rozando desafiante los cantos de tu cuerpo efervescente de
energía pura, que brama hambre de todo, volviéndote esclavo de mi ritmo.
Y te calmo amado mío, bajando como un velo en su
descenso lento y zigzagueante… y tú también me calmas, dejándote capturar
entero, hasta el límite de tu apetito, produciéndonos el deleite máximo del acoplamiento
más delicioso de estos terciopelos: nuestros cuerpos electrizados, que no dejan
de lamer el néctar de la miel brotada en cada uno de los poros de la piel, en
intensa efervescencia de desear amarse así hasta el fin de los tiempos.
Y cruzamos nuestras miradas silenciosas que rezan
entre sí, para juntos navegar en el caudal de nuestros sueños más placenteros,
como cisnes del cielo, que viven un tiempo cósmico sin nunca claudicar en su
viaje infinito.
Por el ir y venir de tus contornos, sumergidos en su laberinto
tan querido, se prende un fuego voraz, sin vuelta atrás, que incendia enardecido
aquellos territorios, en una exacerbación de la raíz más profunda y procurada, plantada
en el corazón de esos privados bosques de azahares. Si parece que la tierra
temblara al unísono de nuestro sísmico movimiento perfecto, que enciende aún
más, el rojo incandescente de fieras en celo… que se escuchan aullar a lo lejos.
Ensanchas todos mis horizontes, descubriendo mas allá
de los límites de mis confines, mientras bebes sediento los cántaros que se
alzan turgentes bajo mi cuello, con esos labios tuyos, ladrones confesos de mis
escondites más secretos.
Ay mi Tesoro, retrocedes contenido, cuando casi
llegamos al umbral del éxtasis, para brindarme más caricias y yo aceptarte todo
sin titubeos, enloquecida y suplicante.
Y bajas tu rostro por mi tronco sustentado en mi
cintura enlazada por tus brazos firmes, haciendo de mí, tu presa dócil
dispuesta sin prejuicios a todos tus rituales sabios. Suave y lento, tu lengua roza
la planicie de mi vientre, como si fuera un puñado de plumas de pájaro salvaje,
para luego sucumbir ante su paraje predilecto, expulsando en él, un halo cálido,
al medio de mis estirados tallos cautivos, lugar donde inserto entre lomas pequeñas,
sale un gemido distraído que expresa complacido un subterráneo “te quiero”.
En irresistible tentación, el bálsamo de tu boca se adhiere
al frenesí mismo de mi locura, devorando su almíbar, ganándote el privilegio de
ser el dueño absoluto de mis delirios gritados al cielo, sin olvidarte de rasgar
mi corazón colmado de dicha, para, en todo tu derecho, robarme un elevado “te quiero”.
Y de nuevo nos acoplamos enteros, hundidos en un solo cuerpo, que implora quedarse
intacto de excitación súbita… hasta el inicio del alba que toca sus arpas tras
la montaña.
Adentrándonos en un mar de inusitadas inconsciencias,
el ritmo cada vez más rápido y caluroso de nuestros bordes tan encajados, dibuja
el sello maravilloso de un gran destello conjunto, bañado por el desborde de tu
embalse, que fluye enmarañado desde su volcán más alto, descansando luego, en
la frondosa llanura preferida del ocaso… que sopla cálido y lento.
Indefensos de nosotros mismos, nos fundimos rendidos
ante lo vivido, coronando tal emoción con un extenso beso derretido. Embriagados
por el placer de nuestra quimera, enamorados de las noches y días que enmarcan
nuestros momentos únicos, dormimos abrazados… bajo la desnudez de nuestra luna
llena, recostados en un trozo de sueño compartido, aquel tan nuestro, en la plenitud
fascinante de habernos querido tanto y la paz infinita de sabernos amados,
desde los extremos… hasta el alma.
P-Car
Escrita 17.02.11
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