Al alba, un ave preciosa
me dijo: vuela.
Le respondí: soy
humana, no tengo alas.
Así siguió
nuestro singular diálogo…
-¿Y entonces cómo
es que yo,
que soy ave, te
estoy hablando?
-Es que pienso eres
una fantasía.
-Por lo mismo, entonces…
vuela.
-No creo que
pueda, es utópico.
-¿No dices que eres
mujer de fe?
-Si, tengo fe,
sueños y esperanzas.
-Entonces comienza
a volar, ahora.
Cerré mis ojos y
seguí escuchando…
Por y para
aquella ave mágica:
Cierro tranquila
mis ojos
como me enseñó
aquel ave.
Anulo mis
odiosidades,
suspendo mis sentencias:
me quedo en total
blanco.
La ensoñación me
guía,
la amplitud me da
fuerza,
la compleción me
suspende,
el pasmo del
todo me eleva.
No aspiro a ningún
puerto,
en mi travesía
no hay metas.
Solo avanzo, continúo mi viaje.
Desde lo alto
veo con tristeza
poca agua en las
cascadas
y sesgados los
campos.
Gentes tiesas,
difuntos danzando,
pequeños desdibujados
de hambre.
Miradas desmayadas
en los abismos,
intentos
fallidos, miserias y llantos.
Con contradicción
distingo
soledades, iras
y arideces,
dentro de
castillos de oro.
Veo el amor en un solitario.
Entiendo el
ahora y mi hoy
unifico en una
sola verdad
carencias, faltas
y garbos.
Entiendo que
para entender
debemos tomar
distancia…
crear un espacio
santo y puro
entre lo trivial
y la eternidad.
Limpiar vanidosos
ojos ciegos
y permitirnos
miradas nuevas
llenas de percepción
y perdón.
Debemos, en
minutos de paz,
volar sin
juicios, sin cargas,
sin pertenencias,
sin sueños
más que el de comulgar…
pensamientos y
sentimientos.
Visualizar
nuestra misión
en forma cruzada
y amplia:
honestamente, desde el alma.
En el cielo, muy
cerca de Dios,
volar, volar
humildes y llanos
para descubrir nuestros
regalos:
su lealtad, su
palabra, su legado.
Nuestros dones y
debilidades:
nuestra bienquista libertad.
La libertad de
hacer el bien o el mal,
la libertad de abrazar
o despreciar,
la libertad de
enmendar o pecar.
La libertad de
sentir o paralizarse,
la libertad de
seguir o rendirse,
la libertad de
expresar o callar,
la libertad de querer
o dañar.
Y desde el uno
al todo,
la libertad de
ser libre:
la libertad de amar.
Amar el gran
bien eterno,
de entregarnos,
de donarnos,
proteger, cuidar
y preservar,
de amar el preciado
universo:
de amarnos como humanos.
Cuando
aquella ave increíble se iba, le pregunté su nombre. Ella se detuvo en el aire,
giró su cuerpo y abrió su plumaje descomunal. Me miró por última vez y me dijo:
Soy tu poesía. Ya sabes, puedes
volar cuando quieras, tu don dibuja tus alas, la fuerza te la da tu espíritu,
tu motor es tu corazón, tu sabiduría está en tu mirada, lo que alcances lo
guardará tu alma. Vuela, no tengas temor: Dios te cuida y te ama sin
condiciones. No abandones tu vuelo: en tu esencia vibra la palabra y construir uno
a uno tus versos, llenos de visión y vivencias, es la extraordinaria misión que
tiene tu existencia. ¡Nunca dejes de volar!
P-Car
Tienes razón querida amiga y esa "ave", llamada poesía, va en nosotros y en cada alma y solamente tenemos que dejarla libre para que vuele y encuentre el cielo con sus sueños.
ResponderBorrarUn abrazo y feliz día.
Si amigo, así es, quienes sentimos esa ave, con ganas de elevarse, volar, planear... debemos dejarla fluir, porque si no lo hacemos y queda atrapada, estaríamos truncando un bien que Dios nos regaló y una misión que solo El conoce su final.
ResponderBorrarUn abrazo poético querido amigo, brillante poeta!!!!