Si una mujer
buena
y un hombre
bueno
se quieren
nada mordaz
de este mundo
los detiene.
Esos tersos corazones…
no tienen clemencia
con lo que
sienten.
Unen sus
manos…
como si la
gravedad del planeta
pendiese de
aquello…
y se donan la
dermis
como osados peces
salvajes
revelando océanos.
Al despertar,
nada más
se miran y
sonríen.
Si pareciese
que los inviernos
nunca les
hubiesen herido
sus tropicales
pieles.
Por arte de
magia, el camino a sus espaldas
se convierte
en una fila de nubes
disipándose en
cascada…
resueltas a
ser quimeras.
El suelo bajo
sus pies
de pronto se
hace tierra fértil
de creación,
y placer…
y en las
sendas del mañana
visualizan amplitudes
celestes
donde el tiempo
los entera
-y solo ellos
saben-
que unidos y
en paz
han de elevarse.
Si a una
mujer buena
y a un hombre
bueno
el universo
los reúne
y ellos se
unen, del alma…
el corolario
no puede ser sino
un esplendente
amor íntegro…
que entre silencios
con contenido
dulces fricciones
y suspiros
danzas,
baladas y líricas
forman un
imperio
¡indestructible!
.
.
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P-Car
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De mi reciente -y muy sensible- antología de poemas:
“El poder de escuchar nuestro corazón”