Aventura

Con sus yemas en combustión lenta, le ruego recorra mis amplios y estrechos contornos, para saber que aún conservo forma hermosa y que no soy un fantasma inhalando tristezas, entre las flores de mi velorio y el extraño huerto donde, usted señor…, tira estrellas y florecen noches de jibados pétalos azabache, que no necesitan ni agua.

Tengo la necesidad vital de un largo beso, para saber que, al menos hoy, el tiempo y el silencio pueden ser cómplices y no mis enemigos, a la vez de recordar que, para mi desgracia y demanda, solo usted logra, en lo que demoro en cerrar mis ojos, excitarme la piel con sus labios… hasta madurarla… y luego se sacíe devorándola… mientras el dulce jugo cae por los bordes de su boca hambrienta.

Quiero en usted hacer una aventura sibarita, exenta de los desiertos que adoran mi sombra –y mi sombra a veces a ellos- e ir muy lejos para asirme al arcoíris que comienza en el cielo y termina en el mar de su mirada, tan pocas veces llana…

Si, y quiero, si usted me lo permite, ir cabalgando sobre su, por hoy cautivo, caballo fugitivo, comenzando el viaje antes del alba hasta llegar a una cima y juntos ver los destellos del sol que asomará lleno de ira fecunda, mientras usted con su aliento me dice alguna mentira y con sus manos me eleva el pelo, que siempre me dijo, tanto le gusta…

Quiero beber el suicidio en sus ojos, mientras aún sean del desquiciado y apetecible color rubí del hierro hirviente, antes de que vuelvan a su estado frío e indiferente, y usted levante rápidamente esos muros que no los cruza ni el viento de un ciclón tropical.

En sus brazos necesito sentirme viva, para darme cuenta que aún no he muerto y usted se entere –para satisfacer mi capricho- que estoy muriendo por su culpa, aunque yo sepa que le dará lo mismo… después del amanecer… y la aurora se haya esfumado en el día.

Sí señor… ¿qué más quiere que le explique?... aquí estoy, desde antes de usted, suya, y después de usted, más suya… para que pequemos y se hunda en mi charco de melancolías en su estado más puro.

Dele, será sólo hoy – quizás nunca más- y luego, ya vacío de sus rabias acumuladas, que me las llevaré yo… en mis entrañas…, podrá enterrame sin lápida en su terreno macabro, en el patio trasero del cementerio de su alma, junto a la basura.

P-Car