Si es que
alguna vez lo fui,
ya no recuerdo
ser yo.
Hay tanto
sudor hambriento en mi cuerpo,
exceso de
lágrimas azabaches en mis iris
y ahogante
saliva ácida en mi garganta
que ya no
siento el frescor de la lluvia.
Ese aguacero
que cae en primavera
y sana la
adhesión del invierno.
Cierto -o
creo- desaprendí de ser yo,
en esta
exaltación de los sentidos.
En esta
sobrevivencia caníbal,
en este
presente sin memoria,
en esta
velocidad sin pausas.
En el exceso
de lazos frívolos
y en tanta melodía
sin alma.
A veces mis
ojos hurgan el cielo
donde se disiparon
mis sueños.
Otras veces regreso
al callejón
donde agonizó
mi inocencia.
Y como en ese
antes sin después
a veces declamo
al aire
drogarme
con el opio
de tu aroma.
Pero, como es
costumbre,
al
reincorporarme
la parálisis
es más cómoda
y la mudez,
menos compleja.
Así es como,
triste e irremediable,
la mortandad circula
por mis venas
y tarde o
temprano, cualquier ocaso,
ha de cruzar
el centro de mi corazón.
Pobrecito el
amor que pálido
aún en sus
laberintos pena.
Quisiera que por
un momento
-un instante
nada más-
me quitaras
la ansiedad
de no saber
qué pasará conmigo
y
cómo será el resto
del camino
si no me ha
de calmar tu mirada
y no me ha de
sostener tu mano
si no me ha
de envolver tu cuerpo
ni me han de
endulzar tus besos
cada mañana
de los excesivos
-o pocos- futuros
inciertos.
Cómo olvidar
-cómo-
que yo te
propuse morir
e irnos al
infinito juntos.
¡Realmente
son muy locas
las vueltas de
esta vida!
Pero aún más desequilibrada
yo
que, en tu
ardua existencia, hoy,
te pida un
minuto, tan solo uno,
para relajar mi
piel y alma
y en tus anhelados
brazos
recordar... quien
soy.
.
.
.
P-Car
Paty Carvajal-Chile
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Imagen: Adam Martinakis