domingo, julio 17, 2011

Quimera



Ingresamos juntos al altar, de aquel templo de vitrales de piel, donde acuden siempre nuestros súbditos deseos, para agradecer a la magia que emana de sus muros, la escalofriante lujuria que colma todos nuestros sentidos.

Miradas…, lenguaje tan nuestro, de chispeantes mensajes mudos, que emanan en nuestros ojos un brillo ígneo, prendido por intensos anhelos, como estrellas nuevas caminando al cielo, en completa rendición de su buscado destino amoroso, antes incierto. Y nos deseamos hasta lo más recóndito, integrado en rica armonía, a lo profundo de aquellos cantos ancestrales de amor, que nos tumban roncos, los costados del corazón lleno.

El perturbador acercamiento de tu pasión brava, atora mis palabras entumecidas, desatando mi compostura mansa, sometida sin pena a tu desafiante postura. La cumbre de tu cuerpo desinhibido, crece al ritmo de mis besos carnívoros, sin medida, en posesión indígena de victoria, cual salvaje sobreviviente de la batalla, pero cautiva vulnerable entre tus manos, que sujetan intransigentes las desordenadas cascadas oscuras de mis cabellos desatados, que sé… son tu locura.

El alzamiento de mi cuerpo fecundo, que en su encantamiento supremo, sobrevuela incitante sobre tus cumbres, semeja un predominante cóndor andino, rozando desafiante los cantos de tu cuerpo efervescente de energía pura, que brama hambre de todo, volviéndote esclavo de mi ritmo.

Y te calmo amado mío, bajando como un velo en su descenso lento y zigzagueante… y tú también me calmas, dejándote capturar entero, hasta el límite de tu apetito, produciéndonos el deleite máximo del acoplamiento más delicioso de estos terciopelos: nuestros cuerpos electrizados, que no dejan de lamer el néctar de la miel brotada en cada uno de los poros de la piel, en intensa efervescencia de desear amarse así hasta el fin de los tiempos.

Y cruzamos nuestras miradas silenciosas que rezan entre sí, para juntos navegar en el caudal de nuestros sueños más placenteros, como cisnes del cielo, que viven un tiempo cósmico sin nunca claudicar en su viaje infinito.

Por el ir y venir de tus contornos, sumergidos en su laberinto tan querido, se prende un fuego voraz, sin vuelta atrás, que incendia enardecido aquellos territorios, en una exacerbación de la raíz más profunda y procurada, plantada en el corazón de esos privados bosques de azahares. Si parece que la tierra temblara al unísono de nuestro sísmico movimiento perfecto, que enciende aún más, el rojo incandescente de fieras en celo… que se escuchan aullar a lo lejos.

Ensanchas todos mis horizontes, descubriendo mas allá de los límites de mis confines, mientras bebes sediento los cántaros que se alzan turgentes bajo mi cuello, con esos labios tuyos, ladrones confesos de mis escondites más secretos.

Ay mi Tesoro, retrocedes contenido, cuando casi llegamos al umbral del éxtasis, para brindarme más caricias y yo aceptarte todo sin titubeos, enloquecida y suplicante.

Y bajas tu rostro por mi tronco sustentado en mi cintura enlazada por tus brazos firmes, haciendo de mí, tu presa dócil dispuesta sin prejuicios a todos tus rituales sabios. Suave y lento, tu lengua roza la planicie de mi vientre, como si fuera un puñado de plumas de pájaro salvaje, para luego sucumbir ante su paraje predilecto, expulsando en él, un halo cálido, al medio de mis estirados tallos cautivos, lugar donde inserto entre lomas pequeñas, sale un gemido distraído que expresa complacido un subterráneo “te quiero”.

En irresistible tentación, el bálsamo de tu boca se adhiere al frenesí mismo de mi locura, devorando su almíbar, ganándote el privilegio de ser el dueño absoluto de mis delirios gritados al cielo, sin olvidarte de rasgar mi corazón colmado de dicha, para, en todo tu derecho, robarme un elevado “te quiero”. Y de nuevo nos acoplamos enteros, hundidos en un solo cuerpo, que implora quedarse intacto de excitación súbita… hasta el inicio del alba que toca sus arpas tras la montaña.

Adentrándonos en un mar de inusitadas inconsciencias, el ritmo cada vez más rápido y caluroso de nuestros bordes tan encajados, dibuja el sello maravilloso de un gran destello conjunto, bañado por el desborde de tu embalse, que fluye enmarañado desde su volcán más alto, descansando luego, en la frondosa llanura preferida del ocaso… que sopla cálido y lento.

Indefensos de nosotros mismos, nos fundimos rendidos ante lo vivido, coronando tal emoción con un extenso beso derretido. Embriagados por el placer de nuestra quimera, enamorados de las noches y días que enmarcan nuestros momentos únicos, dormimos abrazados… bajo la desnudez de nuestra luna llena, recostados en un trozo de sueño compartido, aquel tan nuestro, en la plenitud fascinante de habernos querido tanto y la paz infinita de sabernos amados, desde los extremos… hasta el alma.


P-Car


Escrita 17.02.11

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